"Salen al escenario, un escenario del que se prendaron en cuanto entraron. En donde se demuestra que o el amor es ciego, o estos músicos poseen una mutación en el adn que les impide ver telones colgantes y adminículos parecidos....Y fue entonces cuando el mundo se transformó.
Durante una hora y media Ambrosini y Matinier plegaron el espacio y el tiempo. A bordo de dos artefactos de madera pulida y brillante transmigramos por el pasado y por el futuro. De Sefarad a Noruega, del siglo quince a un arrabal porteño, y vuelta al siglo XXI, todo sin movernos de nuestra butaca.
Igual que pasa con los grandes vinos, la simbiosis perfecta del nikelarpa y el acordeón nos ofreció un amplísimo abanico de destellos sensoriales: una nota medieval, una sombra de Vivaldi, un espasmo de rock and roll, sonidos, recuerdos y anhelos. Sonoridades de órgano de catedral, de violín a la luz de la luna, de gran formación en salón de conciertos. Se asomó mi venerado Arvo Pärt, y se fugó tras un tango. Ataques de punteo que empalidecerían a los de Apocalyptica, y fraseos como murmullos que estremecerían las aguas de un quieto arroyo de montaña.
El tiempo se paró y fuimos distintos, más felices y hasta mejores.
Dos bises a peticion de un público que se volvío a enamorar de la música, de una música que caló en lo más hondo de nosotros, y que si alguien no lo remedia se perderá como lágrimas en la lluvia.
Algo muy bueno tuve yo que hacer en mi otra vida para haber merecido pasar estos domingos."
Pues poco más que añadir, querido Pablo.
Que nos alegramos de que en Burgos lo disfrutárais tanto como en Valladolid.
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